¡Oh ciudad milagrosa
de raro hechizo y de lisura fina,
que esconde con reboso de neblina
su gracia recatada y misteriosa,
como lueñe Tapada,
que deja apenas entrever la rosa
y el pálido jazmín de una mejilla,
ya la embrujada y dulce maravilla
de una sola mirada!
José Gálvez
Durante los siglos XVI y XVII, Lima -la originariamente llamada Ciudad de los Reyes-, que inicialmente fuera aldea de caña y barro, adquirió su particular fisonomía urbana. En el mismo transcurso de la transformación paulatina de aquella aldea en capital virreinal, la ciudad recién fundada a orillas del Pacífico comenzó a construir su leyenda a través de fragmentos literarios que se encuentran en crónicas o en incipientes versos en los que se trataba de crear una imagen mitificadota que imprimiera a la ciudad una dimensión espiritual. Y en este proceso, la imagen de la mujer limeña tuvo, como voy a recordar en estas páginas, una importancia cardinal.
Desde fines del siglo de la conquista, el espíritu criollo impuso su anhelo fastuoso a la primitiva sencillez de los primeros pobladores, anunciando así el nacimiento de la ciudad barroca: el plano cuadriculado de las calles era compensado con el ornamento exterior de casas y palacios, sin olvidar esos campanarios y cúpulas que, como recuerda Raúl Porras Barrenechea, conferían a la ciudad desde la distancia "esa gracia musulmana que ha de sorprender a los viajeros" (1) . En esta ciudad de boato, adquirió un protagonismo indiscutible desde los orígenes la limeña, que comenzó a aparecer en los textos derrochando gracia y belleza tras el insinuante y a la vez recatado ropaje de saya y manto, con el que se cubría casi la totalidad del rostro; una imagen que se construía al mismo tiempo que la capital virreinal continuaba creciendo a lo largo de aquellos primeros siglos de vida en arcos y bóvedas de iglesias, marcando los caminos de avance y crecimiento urbano, y que, por otra parte, le imprimían un aspecto monacal (2) . Algunos historiadores del siglo XX plantearon el contraste de esta imagen con el sensualismo de la que fue considerada ciudad-mujer por excelencia, y para ello crearon la correspondencia entre la fisonomía urbana limeña y la imagen de las "tapadas" (la limeña vestida con aquel particular atuendo de saya y manto); por ejemplo, Raúl Porras Barrenechea, cuando en el siguiente fragmento hace una equiparación implícita entre la figura de la "tapada" y la instantánea de una ciudad que tras la austeridad de sus muros escondía la fiesta de sus patios:
ese ideal de recato y clausura se contagia y se extiende, porque la casa familiar es ascética, reprimida por fuera y alegre y expansiva por dentro, porque la arquitectura adopta esa misma actitud de atisbo y de recato en las celosías moriscas de los balcones, porque las mujeres se tapan el rostro para salir a la calle, y, por último, porque la ciudad misma, ungida de místico recogimiento aprendido en el lírico regazo de las letanías, decide convertirse toda ella, en un inmenso huerto cerrado -hortus clausum- y encerrarse dentro de unas murallas simbólicas que nada defienden, porque los limeños confían, más que en ellas, en la ayuda de Dios . (3)
Esta imagen alcanzó el siglo XVIII, cuando, en palabras del mismo cronista, y nuevamente relacionando la fisonomía urbana con la de la "tapada", el aspecto de Lima
sigue siendo austero y sombrío como el de un claustro. Los viejos solares, de portalones solemnes, los zaguanes oscuros y las altas cercas de los monasterios, prestan sombra y silencio a las calles. [...] Pero tras la apariencia grave, el alma de la ciudad se sonreía, como el rostro de la tapada bajo el manto encubridor. [...] Tras de los muros de los conventos surgía la alegre fiesta de los jardines y de los azulejos, y en los claustros propicios el libertinaje triunfaba ya sobre la oración. (4)
En este mismo siglo, un andaluz llegó a Lima, concretamente en el año 1787. Se trata de Esteban de Terralla y Landa, poeta que escribió versos mordaces y satíricos, por los que se le ha considerado discípulo o continuador de la tradición inaugurada por Juan del Valle y Caviedes (5) . Nos interesa sobre todo aquí su panfleto Lima por dentro y fuera, uno de los testimonios literarios de aquellos primeros siglos en los que Lima comenzó a penetrar en los espacios de la escritura. La obra es un gran cuadro costumbrista salpicado de localismos peruanos, donde caben todos los tipos sociales de la Lima colonial y, entre ellos, la limeña ocupa un lugar muy destacado. Terralla, cáustico y socarrón, denuncia en el extenso poema el materialismo imperante en las relaciones humanas y satiriza en especial la frivolidad de las mujeres, descargando todo su sarcasmo en una diatriba contra la ciudad de los virreyes, sus grandezas y miserias.
La sal criolla que caracterizará a los escritores costumbristas del siglo XIX ya comienza a derrocharse en cada una de las descripciones de Terralla, pero también en las de otro conocidísimo autor dieciochesco, Alonso Carrió de la Vandera (Concolorcorvo), en su Lazarillo de ciegos caminantes. En las obras de ambos autores la limeña ocupa un lugar preferente, reflejo y prueba del especial protagonismo de la mujer en la Lima del momento. De hecho, tanto Concolorcorvo como Terralla y Landa construyeron las primeras manifestaciones literarias en las que la limeña se sitúa en el centro de la escena. Concolorcorvo describe su vestimenta, la saya que ceñía las caderas y el manto que dejaba un solo ojo al descubierto:
... las limeñas ocultan este esplendor con un velo nada transparente en tiempo de calores, y en el de fríos se tapan hasta la cintura con doble embozo, que en realidad es muy extravagante. Toda su bizarría la fundan en los vaxos, desde la liga hasta la planta del pie. (6)
Merece recordarse también la descripción que ofrecería dos siglos después Luis Alberto Sánchez de la original vestimenta de las "tapadas", sobre la que volveremos después:
La vida limeña continuaba su crescendo de inquietudes y provocaciones. [...] Las tapadas circulaban luciendo ese invento del Demonio llamado saya, la cual falda, de tan ceñida, modelaba hasta la transparencia las formas de las mujeres, de nalga a tobillo como un guante. Cubierto el rostro, menos un ojo, con la manta finísima, las muy ladinas compensaban a maravilla la poca exposición de sus rostros con la mucha de sus talles y aledaños. (7)
Raúl Porras Barrenechea señaló esta importancia de la limeña en el Siglo de las Luces, como imagen que resume la esencia misma de la Lima dieciochesca, convirtiéndose de este modo en icono principal de la ciudad en este momento:
La hegemonía no la ejercen los emperifollados doctores ni los monstruos de erudición que entonces albergaba la Universidad, sino que la atención, el orgullo y el mimo de la ciudad estuvieron concentrados alrededor del más grácil de los personajes: la limeña. Ella resume lo más típico del setecientos limeño, en el alma, en las costumbres y hasta en el traje. Nadie como ella encarna el ingenio, la agilidad incesante, la malicia y la agudeza de la inteligencia criolla. [...] Coqueta, supersticiosa, derrochadora, amante del lujo, del perfume y de las flores, ella domina en el hogar, atrae en los portales y en los estrados de los salones, edifica por su piedad en la iglesia, y en los conflictos del amor, de la honra y de la política es el más cuerdo consejero, cuando no el actor más decidido, que obliga a algún desleal a cumplir su palabra o pone en jaque al mismo Virrey del Perú. (8)
Esta última alusión sin duda hace referencia a un personaje mítico de la historia limeña virreinal: Micaela Villegas, apodada "la Perricholi", paradigma de la descripción realizada por Porras Barrenechea (9) . Esta comedianta, amante del virrey Amat, se convirtió con el tiempo en una de las figuras principales de la leyenda de la ciudad, pasando a engrosar no sólo las páginas de la literatura limeña posterior, sino también las de la literatura y la ópera francesas. De hecho, la fascinación de este personaje encandiló a escritores como Prosper Mérimée, quien en 1829 relató algunas de sus aventuras en Le Carrosse du Saint-Sacrement (obra que inspiró una ópera de 1948 a Henry Busser y en 1953 el film de Jean Renoir Le Carrosse d'or), y a compositores como Jacques Offenbach, que dedicó a este personaje legendario la opereta titulada precisamente La Périchole, de 1868. Sobre este lazo que la memoria de la Perricholi establece con la cultura francesa, Mario Castro Arenas observa que la Lima del siglo XVIII, afrancesada, sensual y licenciosa, tuvo como protagonista de excepción el espectáculo escénico, y Micaela Villegas, en el candelero de este escenario, "es -en palabras de este autor- la espuma de un proceso social que tipifica o, si se quiere, pervierte, a las mujeres criollas y mestizas de las clases populares". A lo que añade una valoración en la que abunda en los mismos rasgos con que históricamente los peruanos han descrito a la mujer limeña: "La influencia francesa ha refinado la cualidad carismática de la malicia y coquetería de la mujer limeña" (10) .
En cuanto a la literatura de tema limeño que dedicó sus páginas a esta protagonista de la Lima del Virrey Amat, hay que recordar en primer lugar a Ricardo Palma, que le dedicó la tradición titulada "Genialidades de la 'Perricholi'" (11) . Construida en las páginas del tradicionista como emblema de la Lima dieciochesca, resulta de especial interés recordar el apunte de otro escritor principal de comienos del siglo XX, Ventura García Calderón, que escribió una novela en francés titulada La Périchole. Pero fue en otra de sus obras, Vale un Perú, donde se encuentra esa reflexión que conviene recordar, pues establece la paradoja según la cual, siendo la Perricholi el icono principal de la Lima del XVIII, había sin embargo nacido y vivido su niñez en Huánuco:
Toda la fama ambulante de las 'tapadas', durante un siglo de boato y galantería, iba a polarizarse en torno de una mujer venida de provincia. La más famosa limeña, la más típica es una serrana -y debemos bendecir estos aciertos de la casualidad. [...] Sin mucha sutileza podemos ver en ella una armoniosa y viable síntesis de Perú cuando reúne la energía de nuestras altiplanicies a esa sonrisa frívola de Lima, peligrosa porque no toma nada en serio (12) .
De modo que esta mujer, símbolo por antonomasia de la capital virreinal, resulta ser, al mismo tiempo, la mejor imagen anticipadora de un proceso de fusión entre la sierra y la costa que más tarde definiría la identidad de Lima; aquella capital elitista que se vio desbordada por la masiva emigración de la sierra desde comienzos del siglo XX.
Un libro emblemático sobre la vida de la actriz es sin duda La Perricholi de Luis Alberto Sánchez (13) , donde el crítico e historiador nos ofrece, junto a la biografía de la que él llamó "la Cenicienta limeña" (14) , el cuadro suntuoso de esta Lima afrancesada, el empaque y el lujo de sus mujeres:
Ellas, españolas o mestizas, usaban riquísimas telas y abundantes encajes: cuajaban sus dedos de sortijas; hacían tintinear las pesadas pulseras a cada movimiento de sus brazos; deslumbraban con el brillo de sus diademas y collares de perlas, brillantes y piedras preciosas [...]
En 1745, Lima lucía cierto empaque de ciudad grande. La vía pública, poblada de cafés y con notoria vida galante, había roto el dique conventual del siglo anterior. Se hablaba de los tiempos idos con cierto desdén y arrogancia. (15)
En definitiva, la limeña imprime el sello característico a la Lima del XVIII -y entre ellas, "la Villegas irremediablemente constituía algo característico de Lima y de una época" (16) -. Ello se refleja en la literatura del siglo ilustrado, pues cuando la urbe emerge en los textos del período, la mujer amanece con una omnipresencia insólita, como figura inseparable de la fisonomía de la ciudad, tanto de su ambiente como de su arquitectura. Así lo vio, nuevamente, Porras Barrenechea:
La picardía del embozo, las jugarretas que con él realizaban las limeñas, daban a las calles el aspecto de un baile de máscaras. Y fue tal ese amable absolutismo, durante el siglo XVIII, que la villa misma pareció construida por el capricho tiránico de la mujer y bajo el dictado de su implacable coquetería.
Hay una íntima correspondencia entre el ambiente de la ciudad, entre la arquitectura misma de ésta y el alma de la limeña. La severidad y aridez de afuera contrastaban con la alegría y desenvoltura de adentro. Muros severos y portalones oscuros resguardaban la andaluza fiesta de los jardines, como la picaresca sonrisa de la limeña se escondía bajo el manto encubridor (17) .
Durante el siglo XIX, la imagen de la ciudad fue la prueba más contundente de la pervivencia del antiguo status colonial. Puesto que el fervor revolucionario se disipó tras la guerra, Lima recobró su antigua idiosincrasia de apacible Ciudad de los Reyes y, con ella, sus costumbres coloniales. El viajero Max Radiguet se sorprendía por esa permanencia de hábitos arcaicos y de nuevo, en sus descripciones, las protagonistas son las mismas: las mujeres continuaban siendo las "tapadas" que vestían la saya y el manto, las formas arquitectónicas seguían fieles a la tradición colonial y los privilegios de clase se mantenían inalterables: "Nada parecía advertirnos, en medio de esta población retozona y radiosa, que nos hallábamos en el corazón de una ciudad atormentada y empobrecida por treinta años de luchas anárquicas" (18) . También Flora Tristán, cuando llegó desde París a Lima en 1833, se admiró del atuendo de las limeñas. Y a pesar de haber sufrido los ataques del arraigado conservadurismo de la sociedad peruana, que la rechazaba por sus ideas progresistas, y de haber luchado por la emancipación de la mujer, hubiera querido conservar esa indumentaria que pronto desaparecería. Gracias a ella, y en concreto a su obra Peregrinaciones de una paria, Europa pudo conocer la gracia y el misterio de las "tapadas", descritos en el capítulo "Lima y sus costumbres", del que podemos recordar por ejemplo las siguientes líneas:
No hay lugar sobre la tierra en donde las mujeres sean más libres y ejerzan mayor imperio que en Lima. Reinan allí exclusivamente. Es de ellas de quien procede cualquier impulso. [...] Su vestido es único. Lima es la única ciudad del mundo en donde ha aparecido (19) .
Y tras una prolija descripción de la saya y el manto, en la que vuelven a reiterarse los atributos de seducción y malicia de esta vestimenta, añade finalmente que a pesar de que en Lima "la mujer tiene sobre el hombre una superioridad incontestable", es apremiante la necesidad de la educación; idea que en su desarrollo hace surgir una visión de superficialidad de la limeña que viene a coincidir con las manifestaciones masculinas citadas en estas páginas:
...cuando esas limeñas encantadoras que no ha puesto ningún ideal elevado en las actitudes de su vida, después de haber electrizado las imaginación de los jóvenes extranjeros, llegan a mostrarse tales como son, con el corazón hastiado, el espíritu sin cultura, el alma sin nobleza y gustando solo del dinero... destruyen al instante el brillante prestigio de fascinación que sus encantos produjeron (20) .
Sin embargo, esta crítica última fue minimizada por autores posteriores para hacer prevalecer la visión encandilada de Flora Tristán ante la imagen de las "tapadas"; por ejemplo cuando Ventura García Calderón escribe lo siguiente:
Al regresar prepara el libro en que Europa va a conocer, pintadas por una mano magistral, la gracia y donosura de las limeñas. Quizá nadie ha hablado en francés con más pertinencia y gentil entusiasmo de sus paisanas de la saya y el manto. Si las encuentra menos letradas de lo que había presumido, en cambio su natural despejo, así como la libertad que han recobrado en la vida de relación, la seduce por entero. Precisamente Flora se ha acercado a ellas en el minuto mismo en que van a despojarse de su crisálida fastuosa. Por una casualidad feliz ella es testigo fraternal de una Lima en vías de transformarse y desde el tinglado de París le cuenta al mundo, antes de su eclipse, aquel resplandor de la gracia. Los que leyeron el libro de París se entusiasmaron y, si hemos de creer lo que dice el Sr. Pompery en un artículo de l'Artiste publicado en 1838, algunas parisienses empezaron a llevar la saya y el manto (21) .
Ya hacia finales del siglo XIX, tras la Guerra del Pacífico en 1879, la ciudad se convirtió en el escenario de la derrota y los primeros avances urbanísticos impulsados desde mediados de siglo, durante los gobiernos de Castilla y Balta, quedaron truncados ante este dura debacle. Así, esta protohistoria de la modernidad en Lima quedaría sepultada tras la guerra. Aurelio Miró Quesada nos presenta aquella Lima enlutada, cuya desgracia la despojó de sus galas coloniales, entre las más preciadas, la de las "tapadas", que emergen en estos textos convertidas definitivamente en icono de la Lima virrinal:
La guerra del Pacífico, cargada para el Perú a un mismo tiempo de infortunio y de gloria, vino no sólo a golpear duramente los ánimos, sino -en un campo más modesto- a detener los avances de Lima. Hubo pobreza, desasosiego íntimo, dolor callado; y en lo que se refiere a los aspectos urbanos, desdén por lo ornamental y lo superfluo y gusto severo por lo práctico. Lima perdió u olvidó sus viejas galas; y como antes se había encubierto con el manto sutil de las "tapadas", ahora mostró solemnemente sus vestiduras austeras de duelo (22) .
Esta derrota generó una literatura llamada pasatista en la que una generación de escritores lloraron en sus páginas la pérdida del pasado de aquella Lima fastuosa. Algunos críticos sitúan el origen de esta tendencia en las Tradiciones Peruanas de Ricardo Palma -aunque no entraremos aquí en la polémica suscitada al respecto-, entre las que encontramos, para el caso que nos ocupa, la titulada "La tradición de la saya y el manto", narración más cercana en este caso a la crónica de costumbres que al relato. Allí, Palma pretendió hacer memoria de esta moda femenina remontándose al año 1560 hasta llegar al siglo XIX, para darnos el testimonio directo de su desaparición. Pero lo que más nos interesa es la manera en que el escritor describe dicha moda como una de las características principales y exclusivas que identifican, diferencian y confieren personalidad propia a la Lima virreinal:
Tratándose de la saya y el manto, no figuró jamás en la indumentaria de provincia alguna de España ni en ninguno de los reinos europeos. Brotó en Lima tan espontáneamente como los hongos en un jardín.
[...] Nadie disputa a Lima la primacía, o mejor dicho la exclusiva, en moda que no cundió en el resto de América...
En el Perú mismo, la saya y el manto fue tan exclusiva de Lima, que nunca salió del radio de la ciudad. Ni siquiera se la antojó ir de paseo al Callao, puerto que dista dos leguas castellanas de la capital (23) .
En este ejemplo comprobamos el afán de Palma por la captación de lo autóctono limeño, así como la cerrazón de una Lima exclusiva metaforizada en aquel atuendo femenino que "nunca salió del radio de la ciudad". El anhelo de distinción es equiparable también a la esencia de la "tradición", que se instauró como género propio y, por primera vez en la historia de la literatura del Perú, como una literatura diferente; al igual que la saya y el manto, la "tradición" "nunca figuró en provincia alguna de España ni en ninguno de los reinos europeos", y marcó el nacimiento de una literatura nacional. De este modo, la imagen de la "tapada" es utilizada como un recurso identitario esencial para el proyecto americanista de Palma.
Un último ejemplo, que sí debe encuadrarse dentro de la literatura pasatista de las primeras décadas del siglo XX, lo encontramos en las crónicas de Luis Alayza y Paz Soldán reunidas bajo el título Mi país (4ª serie: ciudades, valles y playas de la costa del Perú), donde este escritor dedicó un apartado a "Lima: Evocaciones de la urbe y sus alrededores". Aquí Alayza rememora historias y costumbres de la antigua "urbe religiosa y galante" (24) y asimismo registra la evolución de "una Lima que se va" (título de la obra de José Gálvez que inaugura este tópico de la literatura peruana). En sus páginas palpita "el corazón insepulto de la Lima colonial", "el fantasma de la Colonia" (25) , y para ello reescribe el topos de la Lima que desaparece y se transforma con una imagen urbana que nuevamente es femenina, como la tapada que protagonizó su historia dieciochesca. Aquí Lima es por fin, explícitamente, la "tapada", a través de una personificación de la ciudad encarnada en dicha figura:
Las ciudades tienen sexo. [...] nadie confundirá la marcial arrogancia de Buenos Aires [...] con la devoción y donaire de Lima, que en las mañanas reza y comulga, y en las noches, disfrazada bajo la saya y el manto, escapa por la puerta secreta, para urdir intrigas de política y travesuras amorosas (26) .
En definitiva, como hemos podido comprobar en las manifestaciones citadas -todas ellas masculinas a excepción de la de Flora Tristán-, nos encontramos ante fragmentos literarios o de reconstrucción histórica que ofrecen un claro perfil de la posición de la mujer en la Lima colonial, ceñida en principio a un papel meramente decorativo, recluida en el hogar o el convento, e influyendo en ocasiones en la vida pública, pero siempre desde la retaguardia social. Pero a pesar de ello, en dichos fragmentos encontramos la constatación de un protagonismo de las mujeres que las convierte en símbolo principal de la Lima colonial, si bien los atributos con los que se las define constantemente -coquetería, malicia, capricho, tiranía, picardía, superficialidad...-, hacen que ese protagonismo contenga una evidente, y a veces solapada, carga peyorativa. Así definida, la mujer viene a metaforizar la idea de una ciudad que, a través de esta identificación, se caracteriza en su historia por los mismos rasgos con que se describe a la limeña: elitista, frívola y encerrada por las famosas murallas que, en la historia del Perú desde 1685, la mantuvieron como reducto urbano que vivió de espaldas y a expensas del Perú real. Ahora bien, más allá de esta cuestión, marcada evidentemente por la tradicional visión hegemónica masculina, resulta de especial interés constatar cómo se construye en los textos esa identificación de Lima y las "tapadas", convirtiendo a la capital peruana en esa ciudad-mujer como ente indisoluble cuyos muros y mantos encubrieron la vida real de la historia limeña virreinal y republicana.
BIBLIOGRAFÍA
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